La otra cara de «La noche en blanco» madrileña

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“La noche en blanco” es un evento que nace hace casi diez años en París con la intención de acercar la cultura a los ciudadanos. Visto el éxito de esa acción varias ciudades europeas se sumaron a dicha iniciativa creando “Noches blancas Europa”. Es en 2006 cuando Madrid se incorporó a esta “tradición”. Desde ese momento hasta la actualidad ha ido aumentando paulatinamente los eventos que ofrece a lo largo de toda una madrugada. Esta edición ha sido comisionada por el colectivo de arquitectos llamados Basurama y que han elegido como “leit motiv” eljuego para articularla. A nadie se le escapa que acercar de manera gratuita la cultura, o diferentes representaciones culturales, a los espectadores nada tiene de malo. Lo que se pone en solfa por muchos grupos y artistas es si, primero, lo que se vive esa madrugada no es más que un simple artificio sin ninguna continuidad a lo largo del año, y si el modo de tratar el “arte” dentro de ese contexto y bajo esos parámetros concretos, es el adecuado. Lo primero que objetivamente resulta llamativo es que desde los poderes públicos se promociona el hecho de, durante un día, disfrutar de la madrugada sin límite de horarios. Curioso cuando esos mismos poderes llevan años, no sólo en Madrid también en otras ciudades como Bilbao o Barcelona, confeccionando políticas basadas en la reducción de horarios nocturnos, como así lo demuestran la limitación de horarios a locales nocturnos de ocio, el cierro de algunas salas de concierto o las más evidentes, la persecución al “botellón” o la suspensión de algunas fiestas populares. Ya hace dos años el filósofo Amador Fernández-Savater escribía un artículo en el que criticaba el modo en que se trataba a la cultura en esta celebración. En su opinión era una utilización totalmente mercantilista y que para nada lo promocionaba como un impulso personal del individuo sino como un elemento de consumo rápido. Pero la oposición más clara al evento que tendrá lugar este 11 de septiembre es la página web, a la que puede adherirse cualquiera, que se ha creado bajo el nombre de «di no a la noche en blanco» Construida por un grupo de artistas presentan artículos, diferentes acciones frente a este día y redactan un comunicado en el que sentencian: “La Noche en Blanco, programa de indudable rentabilidad política en términos de atención mediática y construcción de imagen de ciudad, difunde, sin embargo, un pésimo concepto de lo artístico, en particular, y de lo cultural, en general”. Por otro lado, justo un día antes, viernes 10 de septiembre, desde La Tabacalera se presenta el denominado “DIANEGRO”. Músicos, DJs y comida vegana se reunirán en el local de la calle Embajadores en un evento que se presenta como ”…distintos artistas, colectivos y sellos que desde la más pura oBscuridad mediática crean y distribuyen su música y artilugios en la no-escena de Madrid. Es una producción cultural experimental, autogestionada. No un entretenimiento” El aspecto económico también ha causado controversia. El presupuesto dedicado a este evento, y debido a la época de crisis actual, parece que rondará el millón de euros. Una cantidad que sin ser desproporcionado respecto a las dedicadas a otros menesteres si que tiene el inconveniente, según algunos colectivos artísticos, de suponer un montante ingresado en un único día y no distribuido de una manera que ayude a crear una red cultural más solvente y estable. Puede ser casualidad pero esta misma semana, el jueves, en Madrid se celebrará también la “Fashion’s night out”. En la denominada “milla de oro”, en referencia al barrio de Salamanca, las tiendas ubicadas en la zona estarán abiertas hasta media noche para proporcionar facilidad para consumir en ellas. Promovido por la revista Vogue, la idiosincrasia del acontecimiento guarda bastantes similitudes con la madrugada dedicada al arte, a pesar de ser dos actividades muy diferenciadas en sus esencia. La actitud y las críticas de muchos estamentos de la cultura contra “La noche en blanco” persigue en el fondo reflexionar sobre el modo en que las sociedades, en este caso la ciudad de Madrid, decide gestionar el arte y convertirlo en muchas ocasiones en un reclamo publicitario sin ningún fondo.