Madrid se funde con los mineros

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Un kilométrico pasillo de aplausos, ovaciones y el llanto contenido de una multitud escoltó ayer el recorrido de los mineros por el centro de Madrid, desde Colón hasta el Ministerio de Industria. La Villa concibió así la apoteosis de la gesta que 220 hombres y mujeres emprendieron durante 20 días desde todas las cuencas mineras de España para defender el futuro del sector, en pie de guerra desde que el Gobierno anunciara un imprevisto recorte de las ayudas que garantizarían la superviviencia del carbón hasta, al menos, el año 2018. Después del multitudinario y caluroso recibimiento que Madrid había dado la noche antes a la llegada de la Marcha Negra a Sol —algunas fuentes hablan de medio millón de personas— los mineros conquistaron ayer durante toda la mañana la principal arteria de la ciudad seguidos por los principales líderes sindicales del país y representates de diversos colectivos sociales o profesionales, caso del 15-M, la marea verde por la educación pública, los bomberos de Madrid, farmacéuticos, funcionarios, pensionistas o personajes populares como Ana Belén y Víctor Manuel. «¡Qué viva la lucha de la clase obrera!». Bajo este grito pronunciado de forma unitaria por los mineros de la Marcha Negra, la tercera que desarrolla desde que en 1992 un grupo de 460 trabajadores del carbón culminasen una acción sindical sin precedentes hasta ese momento, la manifestación salió del punto de partida minutos antes de lo previsto. En repetidas ocasiones, los mineros tuvieron que adelantarse varios metros para que los miles de personas que les seguían —unas 40.000— se pudieran incorporar a la cola de la manifestación, que a eso de las once de la mañana arrancaba con los cayados de los mineros en alto y lemas ya popularizados como «En Madrid sí se puede» o «Madrid, entero, está con los mineros». La protesta, abanderada por una pancarta con el lema Sí a la reactivación de las cuencas mineras y No al cierre de la minería del carbón, se desarrollaba en ese momento en un ambiente casi festivo, con banderas de casi todos los territorios españoles y decenas de espontáneos que se solidarizaron con la causa a su manera. «Perdonen las molestias, estamos cambiando el mundo», ponía el cartel enarbolado por un mayor. La marcha fue custodiada por un extraordinario dispositivo de voluntarios organizado por los sindicatos. También fue blindada por una impresionante barrera policial. El número 160 del paseo de la Castellana y sus inmediaciones, donde se encuentra el Ministerio de Industria, se mantuvieron vallados durante toda la mañana bajo la vigilancia de decenas de grupos de agentes antidisturbios de la Policía Nacional y de un helicóptero. También la sede del PP en la calle Génova estuvo blindada durante toda la mañana, a pesar de que la columna no tenía previsto ese itinerario. Los sindicatos subrayaron su disconformidad con un despliegue, en su opinión, excesivo y provocador, mientras que la delegada del Gobierno en Madrid, Cristina Cifuentes, lo consideró en su justa medida. A las 11.20 horas, la cabeza de la manifestación se encontraba en Rubén Darío y la cola en Colón, a ilómetros. En la estatua de Castelar, un cartel indica que «el problema no son los mineros, sino los 445.568 cargos públicos que asfixian este país». Muchos de los manifestantes se vieron obligados a templar las provocaciones proferidas por algún espontáneo en el mismo momento que los diputados del PP aplaudían en el Congreso los recortes aplicados por Rajoy. «Y el próximo parado, que sea un diputado», repetían los mineros mientras saltaban de forma unitaria. A la una de la tarde, la cabeza de la protesta llegaba a Cuzco, donde se instaló una tarima para los oradores, entre ellos los líderes de UGT y CC.OO., Cándido Méndez e Ignacio Fernández Toxo, quienes agradecieron a los madrileños su masivo respaldo a los mineros de la Marcha Negra. Las cuencas leonesas y asturianas fletaron más de 500 autobuses para los traslados. No faltaron sonoros petardos, ni símbolos mineros en las camisetas que identifican a cada comarca. La concentración se dio por finalizada a eso de las tres y media de la tarde, cuando aún se encontraba cortado el tramo de la Castellana entre el estadio Santiago Bernabéu y Cuzco. A esa hora, la refriega que se produjo entre antidisturbios y cierto sector de los manifestantes ajeno a la minería ya se había calmado y los servicios municipales empezaban a limpiar las calles. Los autobuses de los mineros fueron despedidos con los últimos aplausos. Vuelven a casa, pero prometen sacar músculo.